Lo más preciado que tenemos
Lo más preciado que tenemos
“En verdad pienso, que los recuerdos son el único tesoro verdadero que cualquier ser humano tiene la esperanza de poseer para siempre” (Mixtli, Novela Histórica, Azteca, Gary Jennings)
Cuando escuchamos la palabra Historia, es asociada inmediatamente al riguroso, aburrido y desgastado concepto disciplinario académico, sin embargo, antes de que la Historia estuviera confinada en un salón de clase, su aparición se vio ligada nada más y nada menos que a la simple y llana oralidad, respondiendo a la necesidad de trasmitir lo relevante ocurrido durante el día, la semana, o en un lapso considerado de tiempo atrás, pues, en tiempos tan remotos, los recuerdos y la memoria fueron protegidos por la práctica oral. ¿No es acaso la memoria un baúl donde se depositan los acontecimientos más importantes ocurridos?
La memoria y la oralidad fueron por mucho tiempo las guardianas del recuerdo vivo de un individuo, tribu, pueblo, hasta que la cultura libresca apareció y, la mano trazó códices, glifos y símbolos para transmitir sus recuerdos. A la memoria y la oralidad se le agregó un nuevo elemento: la palabra escrita. Los griegos antiguos son uno de los ejemplos del comienzo de la cultura libresca en Occidente, pues ellos comienzan a escribir sobre su mundo, las batallas que individuos como Jenofonte vivieron en carne propia, o Polibio, quién escribe su obra en una época de constantes cambios e inestabilidad política entre romanos y griegos.
Heródoto de Halicarnaso, quién fue el antecesor de Jenofonte y Polibio (484 a.C) es conocido como el padre de la Historia por su obra en donde recopilan diversas fuentes testimoniales sobre las guerras medicas en Grecia. Las memorias de estas batallas y los acontecimientos importantes del estado en el que vivía llevaron a los griegos antiguos a ponerle el nombre Historia a la acción de investigar sobre los hechos, acontecimientos verídicos e importantes, y plasmarlos en un libro que resguarde las acciones del pasado fielmente. Es pues, como en la antigua Grecia, la Historia adquiere el carácter metodológico y su nombre, que persisten hasta nuestro presente porque se encuentra en la Historiografía moderna. Aunque, los griegos antiguos sean los referentes de la Historia contemporánea, la acción de preservar la memoria con fines de recordar con anhelo, legitimar un gobierno o simplemente por el acto de nostalgia, era practicada por diversas civilizaciones en distintas épocas de un pasado aún más remoto en distintas partes del mundo.
Los egipcios encierran en su alfabeto complejo aún más antiguo que el de los griegos (3300 a.C), relatos de acciones heroicas de faraones o, simplemente el devenir de una sociedad perdida en el inmenso paraje del espacio-tiempo, cuyos vestigios escriturarios y obras arquitectónicas llegan a nosotros como un eco. En nuestros tiempos se refieren a ellos como una de las civilizaciones referentes de la historia de la humanidad, aunque su forma de pensar y de vida no sea evocada más que con curiosidad ociosa entre los historiadores contemporáneos. ¿No es esa, una acción natural del humano por proteger y preservar lo más preciado que queda, después de que el tiempo barra con el presente sus recuerdos?
La Historia de los pueblos mesoamericanos fue contada durante más de cuatro siglos por religiosos católicos, soldados y la oralidad de los sabios. El "descubrimiento de América" es narrado como un acontecimiento importante de la humanidad, pues se encontró un "nuevo mundo" ideal para ensanchar los reinos católicos de la península ibérica, evangelizar a los naturales y expandir el reino de dios, o eso dicen las crónicas del siglo XVI y XVII que narran la Historia de la conquista del Anáhuac. Fray Pedro Tello, Bernardino de Sahagún son solo dos ejemplos de intelectuales religiosos los que escribieron la Historia del choque civilizatorio de dos mundos.
Bernal Díaz del Castillo escribió en su libro “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, el cual es fuente hoy en día de numerosos trabajos de divulgación. Fue soldado de Cortés en su trayecto hacía el corazón de Mesoamérica.
Estás crónicas, no obstante, no solo resguardan la memoria de lo acontecido para los europeos, también son los encargados de contarnos acerca de ese nebuloso mundo prehispánico, de los vencidos, de los naturales que fueron aniquilados. Y no se entienda las crónicas de los frailes del siglo XVI como lo único que queda de los hijos del sol, sino que, los mesoamericanos, al igual que las grandes civilizaciones Orientales y Occidentales, desarrollaron su propio sistema escriturario. La palabra pintada fue empleada por los tlacuilos, como se lo nombraba a los escribas aztecas, ellos, al igual que los egipcios, pintaban los valores fonéticos de su idioma, la diferencia es el formato del libro, pues lo hacía de forma vertical; estaban hechos de piel de venado o conejo y tintes obtenidos de minerales, plantas e insectos. Eran desplegables hacia la derecha, en ellos se codificaron ritos, ascenso de gobernantes, calendarios agrícolas, mapas, nombres que se le asignaban a los recién nacidos y prácticas de civilizaciones ahora muertas. Los códices, junto a sus restos materiales y obras arquitectónicas, son los guardianes de la memoria de los aztecas/mexicas, eran el instrumento para contar su historia, hasta que fueron destruidos en su gran mayoría durante la conquista.
Sin embargo, el códice Boturini, también conocida como la tira de la peregrinación, es uno de los pocos códices que se salvaron y nos cuenta la historia de como los aztecas partieron de su patria primitiva, el Aztlán, por órdenes de su dios tutelar, Huitzilopochtli, el colibrí zurdo. La tira comienza en nuestro calendario occidental en el año 1100, cuando inicia la migración de los aztecas hacia el interior del Anáhuac, cambian de nombre a mexicas y concluye en el siglo XIV, en 1325, con la fundación de Tenochtitlán. Aunque la mayoría de los estudiosos señalen que la historia de los mexicas fue, muy posiblemente hecha por ellos mismos para legitimarse en suelo propio, o como ellos lo llamaban, el Altepelt, ¿No es acaso un intento por preservar la memoria de un pueblo y dotarlo del sentimiento de pertenencia que solo la memoria y la oralidad pueden dar?
En conclusión, la Historia es una ciencia social, tiene una metodología rigurosa para el desarrollo de distintas investigaciones. La creación de textos históricos es compleja, una profesión que se debe emplear con imparcialidad, pero también con furia y humanismo. Aunque, en el salón de la facultad se nos instruya el método científico, gran parte de ese conocimiento del pasado queda en el reducido círculo de estudiantes y doctos, ¿no hace eso que pierda su misión de resguardar lo más preciado que tenemos? Los historiadores somos guardianes del tiempo, traducimos el lenguaje de tiempos pasados, aquel pasado que puede servir como una brújula hacia el presente, como dijo mi colega Saulo Flores, con quien comencé el proyecto de Periplos de la Historia.
No hay mejor título que el que estoy empleando, ya que, demostrar que la Historia va más allá de las tesis que nadie lee, de los libros de alto costo y el lenguaje complejo al que se está acostumbrado en la academia. Mi objetivo es llegar a comprender y resignificar la memoria, aquella guardiana que protege lo más preciado que tenemos: nuestros recuerdos, testigos de nuestra humanidad, de nuestro dolor, de nuestras victorias, sin perder aquello que nos vuelve una ciencia y al mismo tiempo lo que nos permite ser humanos.
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